viernes, 15 de mayo de 2020

José Zorrilla: A la memoria de Larra...

En un frío atardecer de febrero de 1837, la troupe romántica de Madrid se dio cita en el Cementerio del Nore para enterrar a Mariano José de Larra (27 años), que se había suicidado de un tiro en la sien, dos días antes, para demostrarle a Dolores Armijo lo desgraciado que era.  Un joven desconocido, pálido el rostro, larguísima melena y con una levita prestada, se subió a una tumba próxima para leer, con voz arrebatada, el poema de hoy: Tenía 19 años y se llamaba José Zorrilla. El escenario no podía ser más romántico.
Hay, en el poema,  un concepto muy romántico: la misión. La palabra procede del participio pasivo del verbo mitto, missum, que significa "enviado". De la misma raíz que misionero, misiva, etc.  El poeta como profeta enviado a cumplir una misión humana o divina. También la creación literaria cumple una misión transformadora de la realidad. En este concepto está el origen del arte comprometido.
La primera estrofa es fantástica: El eco de la campana se sigue escuchando en toda la estrofa. El efecto onomatopéyico se produce por la repetición de las nasales y las vocales a, o.
 (Selección del poema e introducción de Carlos Nuño)
A la memoria desgraciada del joven literato D. Mariano José de Larra
Ese vago clamor que rasga el viento
es la voz funeral de una campana;
vano remedo del postrer lamento
de un cadáver sombrío y macilento
que en sucio polvo dormirá mañana.
Acabó su misión sobre la tierra,
y dejó su existencia carcomida,
como una virgen al placer perdida
cuelga el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
vacío ya de ensueños y de gloria,
y se entregó a ese sueño sin memoria,
¡que nos lleva a otro mundo a despertar!
Era una flor que marchitó el estío,
era una fuente que agotó el verano:
ya no se siente su murmullo vano,
ya está quemado el tallo de la flor.
Todavía su aroma se percibe,
y ese verde color de la llanura,
ese manto de yerba y de frescura
hijos son del arroyo creador.
Que el poeta, en su misión
sobre la tierra que habita,
es una planta maldita
con frutos de bendición.
Duerme en paz en la tumba solitaria
donde no llegue a tu cegado oído
más que la triste y funeral plegaria
que otro poeta cantará por ti.
Ésta será una ofrenda de cariño
más grata, sí, que la oración de un hombre,
pura como la lágrima de un niño,
¡memoria del poeta que perdí!
Si existe un remoto cielo
de los poetas mansión,
y sólo le queda al suelo
ese retrato de hielo,
fetidez y corrupción;
¡digno presente por cierto
se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
y darle a la despedida
la fea prenda de un muerto!
*
Poeta, si en el no ser
hay un recuerdo de ayer,
una vida como aquí
detrás de ese firmamento...
conságrame un pensamiento
como el que tengo de ti.
José Zorrilla, (1817-1893)


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