Leonardo
Alenza, (1807-1845)
Sátira del suicidio romántico, 1839 (Museo Romántico) |
Dedicaré
unos días a la poesía romántica.
El
Romanticismo fue una moda que se extendió desde Alemania por Europa y América,
que afectó a todos los ámbitos de la cultura y que sobrevive en muchos aspectos
de nuestra vida diaria.
Su
rasgo más característico es su desacuerdo con el mundo real, el conflicto
individuo sociedad. El romántico se siente hermano de otros marginados:
piratas, reos de muerte, borrachos, prostitutas (como en este poema)
inaugurando la moda del artista maldito e incomprendido.
El apasionamiento
romántico busca formas de expresión muy sonoras, con ritmos muy marcados, rima
consonante y un señalado gusto por las
palabras esdrújulas: Es la retórica decimonónica que pasaría después al
parlamento.
Hay que
insistir en que esto es una moda que
produjo tal sugestión que aumentaron muchísimo los suicidios para
expresar el desengaño y parecerse a Werther.
(Selección
del poema e introducción de Carlos Nuño)
A Jarifa, en una orgía
Trae,
Jarifa, trae tu mano,
ven y
pósala en mi frente,
que
en un mar de lava hirviente
mi
cabeza siento arder.
Ven y
junta con mis labios
esos
labios que me irritan,
donde
aún los besos palpitan
de
tus amantes de ayer.
¿Qué
la virtud, la pureza?
¿qué
la verdad y el cariño?
Mentida
ilusión de niño,
que
halagó mi juventud.
Dadme
vino: en él se ahoguen
mis
recuerdos; aturdida
sin
sentir huya la vida;
paz
me traiga el ataúd.
El
sudor mi rostro quema,
y en
ardiente sangre rojos
brillan
inciertos mis ojos,
se me
salta el corazón.
Huye,
mujer; te detesto,
siento
tu mano en la mía,
y tu
mano siento fría,
y tus
besos hielo son.
¡Siempre
igual! Necias mujeres,
inventad
otras caricias,
otro
mundo, otras delicias,
o
maldito sea el placer.
Vuestros
besos son mentira,
mentira
vuestra ternura:
es
fealdad vuestra hermosura,
vuestro
gozo es padecer.
Yo
quiero amor, quiero gloria,
quiero
un deleite divino,
como
en mi mente imagino,
como
en el mundo no hay;
y es
la luz de aquel lucero
que
engañó mi fantasía,
fuego
fatuo, falso guía
que
errante y ciego me tray.
¿Por
qué murió para el placer mi alma,
y
vive aún para el dolor impío?
¿Por
qué si yazgo en indolente calma,
siento,
en lugar de paz, árido hastío?
¿Por
qué este inquieto, abrasador deseo?
¿Por
qué este sentimiento extraño y vago,
que
yo mismo conozco un devaneo,
y
busco aún su seductor halago?
¿Por
qué aún fingirme amores y placeres
que
cierto estoy de que serán mentira?
¿Por
qué en pos de fantásticas mujeres
necio
tal vez mi corazón delira,
si
luego, en vez de prados y de flores,
halla
desiertos áridos y abrojos,
y en
sus sandios o lúbricos amores
fastidio
sólo encontrará y enojos?
Yo me
arrojé cual rápido cometa,
en
alas de mi ardiente fantasía:
doquier
mi arrebatada mente inquieta,
dichas
y triunfos encontrar creía.
Yo me
lancé con atrevido vuelo
fuera
del mundo en la región etérea,
y
hallé la duda, y el radiante cielo
vi
convertirse en ilusión aérea.
Luego
en la tierra la virtud, la gloria,
busqué
con ansia y delirante amor,
y
hediondo polvo y deleznable escoria
mi
fatigado espíritu encontró.
Mujeres
vi de virginal limpieza
entre
albas nubes de celeste lumbre;
yo
las toqué, y en humo su pureza
trocarse
vi, y en lodo y podredumbre.
Y
encontré mi ilusión desvanecida
y
eterno e insaciable mi deseo:
palpé
la realidad y odié la vida;
sólo
en la paz de los sepulcros creo.
Y
busco aún y busco codicioso,
y aún
deleites el alma finge y quiere:
pregunto
y un acento pavoroso
«¡Ay!
me responde, desespera y muere.
Muere,
infeliz: la vida es un tormento,
un
engaño el placer; no hay en la tierra
paz
para ti, ni dicha, ni contento,
sino
eterna ambición y eterna guerra.
Que
así castiga Dios el alma osada,
que
aspira loca, en su delirio insano,
de la
verdad para el mortal velada
a descubrir
el insondable arcano.»
¡Oh!
cesa; no, yo no quiero
ver
más, ni saber ya nada:
harta
mi alma y postrada,
sólo
anhela descansar.
En mí
muera el sentimiento,
pues
ya murió mi ventura,
ni el
placer ni la tristura
vuelvan
mi pecho a turbar.
Pasad,
pasad en óptica ilusoria
y
otras jóvenes almas engañad:
nacaradas
imágenes de gloria,
coronas
de oro y de laurel, pasad.
Pasad,
pasad mujeres voluptuosas,
con
danza y algazara en confusión;
pasad
como visiones vaporosas
sin
conmover ni herir mi corazón.
Y
aturdan mi revuelta fantasía
los
brindis y el estruendo del festín,
y
huya la noche y me sorprenda el día
en un
letargo estúpido y sin fin.
Ven,
Jarifa; tú has sufrido
como
yo; tú nunca lloras;
mas
¡ay triste! que no ignoras
cuán
amarga es mi aflicción.
Una
misma es nuestra pena,
en
vano el llanto contienes…
Tú
también, como yo, tienes
desgarrado
el corazón.
José de Espronceda, (1808-1842)
De Poesías, 1840
ESCUCHA EL POEMA (en la voz de Tomás Galindo):
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