Decía
Leopardi que las ciudades más hermosas son aquellas que no se conocen, aquellas
a las que solo se ha viajado con la fantasía.
La
historia antigua, las novelas de aventuras, el cine, los viajes a lugares
exóticos, las ciudades famosas de la historia o la literatura alimentan la
imaginación del muchacho que con su dedo viaja por el atlas Bajo la dulce lámpara.
García
Baena, fundador
del Grupo Cántico, opone a los imperiales endecasílabos el verso libre y a la
larga abstinencia de la posguerra el goce de los sentidos.
(Selección del
poema e introducción de Carlos Nuño)
Bajo la dulce lámpara
Bajo la
dulce lámpara,
el dedo
sobre el atlas entretenía al muchacho en ilusorios viajes
y un
turbador perfume de aventuras
salpicaba
de sangre el mar antiguo de los corsarios.
Los
galeones, como flotantes cofres de tesoros,
eran
abordados por las naos piratas
y el
yatagán, las dagas, los alfanjes se hundían
en los
cuerpos cobrizos y las manos violentas
arrancaban
la oreja donde el zafiro lucía como Vega en la noche.
Las
arcas destrozadas de alcanfor y palosanto
volcaban
el carey, las telas suntuarias
y el
coral, no tan ardiente como el beso del bucanero
en los
pálidos labios de las virreinas.
Las
antiguas colonias Veracruz, Puerto Príncipe,
el
índigo Caribe y las islas del Viento
conocen
las hazañas de bajeles fantasmas
y
Maracaibo canta con los esclavos su desgana
a la
luz que deshace la cabellera ébano de los banjos
en un
río de jengibre.
Otras
veces al soplo suave de Favonio,
empujado
por Tetis y las verdes Nereidas,
el
Mediterráneo dorado por la escama de los delfines
dejaba
su plegaria fugitiva de algas
en las
votivas gradas de los templos.
Allí
Venecia en el otoño adriático
mece en
la ola púrpura su cesto de corrompidos frutos,
desfalleciente
en el abrazo joven de los gondoleros,
y las
jónicas islas
se
yerguen como mitras de mármol sobre las aguas.
En su
lento carro de bueyes rojos avanza Egipto
y
Alejandría, Esmirna, Ptolemaida, brillan en la noche
como un
velo bordado de sardios
cuyos
pliegues sujeta la diadema de Estambul
allá en
el Bósforo fosforescente.
El
incansable dedo atravesaba Arabia
y el
cálamo aromático ceñía con un mismo turbante de cansancio
las
cinturas de los amantes.
Al
crepúsculo,
surgía
Persia como un lento girasol de fastuosidades,
y el
bárbaro etíope, negro fénix llameante,
consumía
sus entrañas en el furor celoso de la caza
mientras
Ceylán los bosques de canela y caoba
silenciaba
con el ala de sus pájaros misteriosos.
Muchacho
infatigable, bajo la dulce lámpara,
tal vez
buscaba una secreta dicha
apenas
confesada en su interior.
Cuando
los días pasaron, él ya supo
que su
destino era esperar en la puerta mientras otros pasaban.
Esperar
con un brillo de sonrisa en los labios
y la
apagada lámpara en la mano.
Pablo García Baena (1923-2018)
de Antiguo muchacho, 1950
ESCUCHA EL POEMA en la voz de García Baena:
En este poema se evoca la imagen del niño que sueña inmerecidos viajes:
ResponderEliminarSin embargo, lejos de aproximarnos o de insistir en una reflexión sobre la inocencia y el paso del tiempo que derrota los sueños de poeta, se ensimisma lujosamente en la descripción de esos quiméricos viajes. Se pierde el punto de vista del yo, la historia moral individual, y se gana la suntuosa descripción de una geografía de extrema belleza. Lo que en otros poetas sería un recurso anecdótico para recalar en la enjundiosa reflexión sobre el tiempo o la adolescencia perdida se decanta en Baena hacia un ensimismamiento estetizante en la descripción de los viajes soñados.
Texto de Manuel Vilas en el número 32 de la revista POESÍA EN EL CAMPUS de la Universidad de Zaragoza.