Grandes
poetas vivieron una especie de confinamiento dentro de España después de la
Guerra Civil. Su resistencia permitió la conservación de una memoria literaria
y democrática en muy difíciles condiciones.
Vicente
Aleixandre publicó en 1952 este poema, inspirado en el recuerdo del gentío que
llenaba la Puerta del Sol el 14 de abril de 1931.
Como
todo buen poema tiene muchas lecturas, pero se impone una muy evidente en estos
momentos: Solo nos realizamos individualmente cuando formamos nos unimos, nos
fusionamos con los demás.
(Selección
del poema e introducción de Carlos Nuño)
En la plaza
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y
profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como
el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente
imitar a la
roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de
los hombres
palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto
corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con
resolución o con fe,
con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las
reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede
reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quiseras algo preguntar a tu
imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y
reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho
amor y recelo
al agua,
al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se
decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas
vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la
plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime
corazón que le alcanza!
Vicente
Aleixandre
Gracias Carlos por tu dedicación y esfuerzo en seguir manteniendo viva la poesía entre nosotros.
ResponderEliminarTu comentario, clava el poema.
Me ha encantado.
Saludos. Yolanda
Querido Carlos: de nuevo, y continuamente, nos sorprendes con tu selección de poemas, siempre tan acertada y tan en el momento adecuado. Catorce de Abril, fecha para no olvidar, aunque en esta ocasión el confinamiento no nos deje acercarnos.Vieja República, muchas veces recreada, siempre en la confrontación; este año ni el recuerdo te acompaña, porque toda la atención se la lleva el virus.
ResponderEliminarNos queda la esperanza de resistir, de renacer después de haber llorado y al final poder abrazar a los queden entre los viejos amigos y compañeros.
Vicente Ausín