lunes, 1 de junio de 2020

Lorca: Grito hacia Roma (desde la torre del Chrysler Building)


En 1929, mientras Lorca estaba en Nueva York, el Papa Pío XI firmó un acuerdo con Mussolini por el cual este reconocía el Estado Vaticano y a cambio recomendaba a los católicos apoyar a Mussolini.  Además bendijo las tropas italianas con sus tanques incluidos que iban a conquistar Abisinia (actual Etiopía) en la propia Plaza del Vaticano (cuando vayáis allí, imaginad esa terrible escena).
La primera estrofa es una maldición a la ciudad de Roma (sede de la cristiandad). Lo demás va dirigido directamente sobre el Papa fascista. El es "el hombre que se orina en una deslumbrante paloma, el hombre que desprecia la paloma, el hombre vestido de blanco, el viejo de las manos traslúcidas."
El poema tiene un lenguaje surrealista, que a veces es difícil interpretar, pero, si entendemos el contexto en que se produjo, podemos percibir la protesta de Lorca. Las imágenes alucinantes no ocultan el sentido del conjunto del poema, algo característico del Surealismo español. Por otra parte hay versos clarísimos.
Lorca lanza, desde lo alto de rascacielos más alto de su tiempo, un "grito contra Roma y a favor de los que sufren. Son claras las raíces cristianas y las referencias evangélicas del  poema. ( Dalí decía a Lorca en una carta: Tu eres una borrasca cristiana.)
 (Selección del poema e introducción de Carlos Nuño)
Grito hacia Roma
(Desde la torre del Chrysler Building)
Manzanas levemente heridas
por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.
Federico García Lorca  (1898-1936)                                                           


ESCUCHA EL POEMA en la voz de Alfredo Alcón:



Para añadir comentarios haz clic aquí

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si tienes alguna objeción/sugerencia, no dudes en compartirla.
Para nosotros es muy importante conocer tú opinión.
Muchas gracias.